10/25/2018

ACCESIBILIDAD Y BUENA EDUCACIÓN



Por infortunios del destino, desde hace un par de meses vengo experimentando la dificultad que comporta el desplazamiento con muletas o, en el peor de los casos, en silla de ruedas. Y no por las barreras arquitectónicas, que haberlas hay las, sino por la mala educación de algunas personas y la deficiente prestación de algunos servicios básicos.
Es de justicia reconocer que la mayoría de la gente que te cruzas en tu día a día es amable y está predispuesta a ayudar, pero por desgracia los maleducados también salen de sus casas cada mañana.
En dos ocasiones en esta semana, y aún estamos a jueves, me han cerrado la puerta de acceso al tren (Línea R1 de Rodalies de Catalunya) en las narices. Después de correr a pata coja y con las dos muletas hacia la puerta de acceso sin escaleras (porque solo hay una o, con suerte si el tren es largo dos), cuando estaba ya a punto de abrir la puerta para subir, con la muleta colgando y la mano extendida para pulsar el botón de abertura, el Sr. Maquinista, viendo por el retrovisor como estaba intentando abrir la puerta, ha iniciado el pitido, ha plegado la plataforma, ha plegado el retrovisor, ha arrancado el tren, y me ha dejado plantada en el andén a diez centímetros de un tren en marcha, con dos muletas y sobre una pierna.
He esperado al siguiente tren. Me ha pasado lo mismo. He esperado al siguiente tren, pensando que era igual llegar treinta minutos más tarde que veinte. Cuando el tren ha entrado en la estación he empezado a recorrer con la vista todos los vagones para encontrar la única puerta que me permitía acceder. A punto de sufrir un esguince en los ojos. He oteado la puerta, he “corrido” hacia ella, la he “alcanzado” y he conseguido subir a la tercera.
Cuando he llegado a mi destino, el ascensor no iba y me he atrevido con la escalera mecánica. Al borde del lloro, porque no encontraba el momento de lanzarme, pensando si primero iba la muleta o el pie, ha aparecido un alma caritativa y me ha propuesto dar un saltito, como cuando éramos niños, prometiéndome que si me caía el me cogería (¡Qué mono!). Cuando he logrado salir a la calle, no he podido más y he cogido un taxi hacia mi destino final.
Nada como una dosis de cruda realidad para darse cuenta de lo que supone tener que desplazarse en silla de ruedas o con muletas.
Mis muletas tienen los días contados, y no sólo habrán mediado para curar mi lesión en el pie, sino también para haberme hecho ver las dificultades diarias que sufren algunas personas, por culpa de la mala educación de algunas otras.
Meritxell Armengol Sanz

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