3/05/2020

UNA MIRADA A LA CONVIVENCIA EN FAMILIA HETEROGÉNEA


Todas las personas somos diferentes. También los hermanos. Pese a haber recibido la misma educación y los mismos valores sociales. Pero, el ser humano está vitalmente programado para estar acompañado, para relacionarse con sus iguales y, en un estadio superior, para procrear y dar vida a otros seres humanos que prosigan con este circulo vital de la humanidad.

Estamos abocados a convivir con otras personas que nada tienen que ver con nosotros mismos. Algunos pensaréis que esto no tiene ninguna relevancia, ni conlleva ningún problema. Partiendo de la base que somos libres de decidir con quien, y con quien no queremos estar, es cierto, las relaciones humanas no debieran comportar problema alguno.

En ocasiones se producen interacciones sociales. Bien sea desde un punto de vista positivo, como por ejemplo un saludo, una conversación de vecinos, una entrevista de trabajo, una transacción comercial, una consulta médica, etc. Bien sea desde un punto de vista negativo, un engaño, una estafa, un insulto, una revelación de un secreto, etc.

El problema surge cuando hay que convivir conjugando tu manera de ser con la estabilidad familiar o de pareja.

Hoy me apetece dar una mirada a la difícil convivencia en una familia heterogénea. Simplificando mucho su significado, diré que una familia en la que conviven hijos de un solo vínculo con hijos de doble vínculo es una familia heterogénea. Aquellos que tengáis pareja con hijos de un anterior matrimonio, entenderéis perfectamente a qué me refiero. Tanto si habéis tenido hijos en común, como si no los habéis tenido. Mayormente en el segundo caso.

En una escala de afectos, no cabe duda de que, en condiciones normales, las relaciones paterno-filiales están por encima de las relaciones de pareja. Sin embargo, para la estabilidad familiar es indispensable poder alcanzar, cual funambulista, un equilibrio entre las necesidades de los hijos y las de la pareja. Para ello, saber cómo, cuándo y qué se dice resulta de suma trascendencia. Errar un milímetro en cualquiera de dichos parámetros puede conllevar consecuencias insalvables.

Mi consejo: callar, intervenir lo mínimo, sólo cuando te lo pidan, y, aún así, meditando mucho el qué, el cómo y en qué medida.
Que estás harta/o de oír que beber agua del grifo es sano y barato, pero luego llegan los hijos/as de tu pareja y arrasan con el agua embotellada, tú te callas.
Que estás harta/o de oír que hay que reciclar, pero luego llegan los hijos/as de tu pareja y tiran la botella de agua al cubo de la basura orgánica, tú te callas.
Que estás harta/o de oír como los hijos/as de tu pareja se pitorrean de ti porque un día decides volver a hacer ejercicio, como si no lo hubieras hecho nunca, tú te callas.
Que estás harta/o de oír como no se puede subir en un una moto con chanclas, pero luego llegan los hijos/as de tu pareja en moto y con chancletas, tú te callas.
Y así, hasta un sinfín.

Otra vertiente, que afecta a las buenas personas, entre las que me incluyo, es la de imbuirse en el papel de step-mother / step-father de forma natural y sin que te lo hayan pedido. Mucho cuidado en verter opiniones o consejos por el bien de los hijos/as de tu pareja, pues correrás el riesgo de que no sean bien recibidos. Si no tienes el atino de decir lo qué quieren o esperan oír, es más probable que piensen que lo haces como un ataque, que no te importan o que no los quieres lo suficiente, a que piensen que lo haces por su bien. Duda que, probablemente, nunca se plantearían si el interlocutor fuera su padre o madre.

La mente humana no tiene límites, sobre todo para los “memoriosos”. Así que podría estar escribiendo reflexiones familiares hasta la hora de cenar (y son las 11 de la mañana). Quedaros con el sabio dicho “Ver, oír y hablar con amigas/os” 😉.

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