Todas las personas somos diferentes.
También los hermanos. Pese a haber recibido la misma educación y los mismos
valores sociales. Pero, el ser humano está vitalmente programado para estar
acompañado, para relacionarse con sus iguales y, en un estadio superior, para
procrear y dar vida a otros seres humanos que prosigan con este circulo vital
de la humanidad.
Estamos abocados a convivir con otras
personas que nada tienen que ver con nosotros mismos. Algunos pensaréis que
esto no tiene ninguna relevancia, ni conlleva ningún problema. Partiendo de la
base que somos libres de decidir con quien, y con quien no queremos estar, es
cierto, las relaciones humanas no debieran comportar problema alguno.
En
ocasiones se producen interacciones sociales. Bien sea desde un punto de vista
positivo, como por ejemplo un saludo, una conversación de vecinos, una
entrevista de trabajo, una transacción comercial, una consulta médica, etc.
Bien sea desde un punto de vista negativo, un engaño, una estafa, un insulto,
una revelación de un secreto, etc.
El problema surge cuando hay que convivir
conjugando tu manera de ser con la estabilidad familiar o de pareja.
Hoy me apetece dar una mirada a la
difícil convivencia en una familia heterogénea. Simplificando mucho su
significado, diré que una familia en la que conviven hijos de un solo vínculo
con hijos de doble vínculo es una familia heterogénea. Aquellos que tengáis
pareja con hijos de un anterior matrimonio, entenderéis perfectamente a qué me
refiero. Tanto si habéis tenido hijos en común, como si no los habéis tenido. Mayormente
en el segundo caso.
En una escala de afectos, no cabe duda
de que, en condiciones normales, las relaciones paterno-filiales están por
encima de las relaciones de pareja. Sin embargo, para la estabilidad familiar
es indispensable poder alcanzar, cual funambulista, un equilibrio entre las
necesidades de los hijos y las de la pareja. Para ello, saber cómo, cuándo y
qué se dice resulta de suma trascendencia. Errar un milímetro en cualquiera de
dichos parámetros puede conllevar consecuencias insalvables.
Mi consejo: callar, intervenir lo
mínimo, sólo cuando te lo pidan, y, aún así, meditando mucho el qué, el cómo y
en qué medida.
Que estás harta/o de oír que beber agua
del grifo es sano y barato, pero luego llegan los hijos/as de tu pareja y
arrasan con el agua embotellada, tú te callas.
Que estás harta/o de oír que hay que
reciclar, pero luego llegan los hijos/as de tu pareja y tiran la botella de
agua al cubo de la basura orgánica, tú te callas.
Que estás harta/o de oír como los
hijos/as de tu pareja se pitorrean de ti porque un día decides volver a hacer
ejercicio, como si no lo hubieras hecho nunca, tú te callas.
Que estás harta/o de oír como no se puede subir en un una moto con chanclas, pero luego llegan los hijos/as de tu pareja en moto y con chancletas, tú te callas.
Y así, hasta un sinfín.
Otra vertiente, que afecta a las buenas
personas, entre las que me incluyo, es la de imbuirse en el papel de step-mother
/ step-father de forma natural y sin que te lo hayan pedido. Mucho cuidado
en verter opiniones o consejos por el bien de los hijos/as de tu pareja, pues
correrás el riesgo de que no sean bien recibidos. Si no tienes el atino de
decir lo qué quieren o esperan oír, es más probable que piensen que lo haces
como un ataque, que no te importan o que no los quieres lo suficiente, a que
piensen que lo haces por su bien. Duda que, probablemente, nunca se plantearían si el
interlocutor fuera su padre o madre.
La mente humana no tiene límites, sobre
todo para los “memoriosos”. Así que podría estar escribiendo reflexiones
familiares hasta la hora de cenar (y son las 11 de la mañana). Quedaros con el
sabio dicho “Ver, oír y hablar con amigas/os” 😉.
No hay comentarios:
Publicar un comentario