Acude al despacho “ARMENGOL,
GÓMEZ DE OLARTE & REYNER, ABOGADOS ASOCIADOS”, una pareja preguntando por
mí, preocupados porque les han retirado la tutela de su bebé de pocos meses.
Solo habla él, la esposa permanece en todo momento cabizbaja, en shock por lo
sucedido y temerosamente paralizada. Faltan casi diez años para que se publique
la Ley de violencia de género y empiece a tratarse adecuadamente esta lacra
social.
El padre da su versión de lo
sucedido que, obviamente, omito por secreto profesional y por respeto.
Al finalizar la visita, les
comento que, antes de coger el caso, quiero realizar un estudio previo. Cuando
lo hago, les solicito una cuantiosa provisión de fondos, con la esperanza de
que no la abonen. Pasan algunas semanas y vuelven a acudir al despacho con la
provisión. Como en esos momentos aún no puedo permitirme rechazar ningún caso, acepto
llevarlo. Sin alcanzar a imaginar todo cuanto vendría después, sabores a hiel y
miel.
Mi primer logro fue sin duda conseguir
que la madre acudiera sola al despacho. Para ello debía coger un tren desde la
localidad donde vivía y venir a Barcelona. Algo que nunca había hecho, por el
mero hecho de pensar que no era capaz de hacerlo.
La conversación que mantuve a
solas con la madre aportó explicación y luz a hechos terribles que, nuevamente debo
omitir. A partir de ese momento, me dedico en cuerpo y alma a intentar ayudarla
a recuperar a su hijo.
Inicio el trabajo recopilando
todo tipo de datos objetivos, fácticos y jurídicos. Realizo una investigación
por mi cuenta, entrevistando a médicos, familiares y policías municipales.
Resultaría difícil y farragoso
resumir en un escrito tantos años de procedimiento (penal y civil), y tampoco
es mi intención. Pero, quiero dejar constancia de algunos hechos importantes, por
si algún día el olvido acude a mi mente. Por nada del mundo quiero olvidar esta
historia. El caso que me hizo crecer como profesional y como persona. El caso
que tantas horas de sueño me quitó, y que tanto me hizo llorar (de rabia e
impotencia, pero sobre todo de emoción).
1º Una neuróloga y un neurocirujano
me confirman que el padre padece un tumor cerebral que le ocasiona ataques
incontrolables de ira, desencadenable por el mero llanto de un bebé.
2º La DGAIA (Dirección General
Atención a la Infancia y Adolescencia) que tenía asumida la tutela del menor,
me dice en persona que hasta que no se resuelva el tema penal el niño se queda
tutelado. Negándose a establecer visitas supervisadas del bebé con su madre.
Salgo de las Oficinas de la DGAIA con un ataque de ansiedad por cómo me
trataron.
3º El padre no llega al juicio
porqué fallece previamente, a consecuencia de su dolencia.
4º La madre resulta absuelta al
apreciarse la eximente de miedo insuperable. Considerando la Sentencia que nada
podía hacer ella para remediar lo sucedido, y que las consecuencias de sus
intentos de huida del domicilio con el bebe en brazos podían ser graves.
5º La DGAIA reconoce que la madre
era inocente pero que ya no puede devolverle a su hijo porque ha pasado mucho
tiempo sin tener contactos con él (Contactos que ellos nunca quisieron establecer),
y han iniciado un proceso de adopción. Nuevamente, salgo de aquellas desalmadas
Oficinas con la sangre helada.
6º La madre rehace felizmente su
vida con una nueva pareja (me invita a su boda) y tiene un segundo hijo. Albergando
la esperanza de poder contactar con su hijo mayor, cuando alcance la mayoría de
edad.
7º Al cabo de los años, la madre me
localiza y vuelve a solicitarme ayuda para contactar con su hijo, ya mayor de
edad. Y, como la vida es bonita y a las personas buenas les suceden cosas
buenas (o, así debería ser), el encuentro finalmente se produce.
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